I Macabeos 1, 1-66

Sucedió que Alejandro el Macedonio, hijo de Filipo, una vez hubo salido del país de los Kittin y derrotado a Darío, rey de los persas y de los rnedos, reinó en su lugar, primeramente en Grecia. Combatió muchas batallas, expugnó muchas fortalezas y dio muerte a reyes de la tierra. Atravesándola hasta sus fronteras, se apoderó de los despojos de la muchedumbre de pueblos, y la tierra enmudeció a su presencia. Juntó poderosos ejércitos, sometió provincias nacionales y reyes, que le pagaron tributo. Después de todo esto guardo cama y tuvo el presentimiento de que se moría. Llamando a sus oficiales, los nobles que con él se habían criado desde su juventud, dividió aún en vida su reino entre ellos. Había reinado Alejandro doce años cuando le arrebató la muerte. Sus generales hiciéronse cargo del poder, cada uno en el lugar que le toco en suerte. Todos ciñeron la corona después de su muerte, y sus hijos después de ellos durante muchos años, llenando la tierra de males. De ellos salió un retoño de pecado, Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco, que estuvo en Roma como rehén y se apoderó del reino el año 13 de la era de los griegos. Salieron de Israel por aquellos días hijos inicuos, que sedujeron a muchos, diciendo: “Ea, hagamos alianza con las naciones vecinas, pues desde que nos separamos de ellas nos han sobrevenido tantos males.” Estas palabras aparecieron bien a sus ojos. Algunos del pueblo apresuráronse a ir al rey, el cual les dio facultad para seguir las costumbres de los gentiles. En virtud de estos, levantaron en Jerusalén un gimnasio, conforme a los usos paganos;" se restituyeron los prepucios, abandonaron la alianza santa para asociarse con los gentiles, y se vendieron para obrar el mal. Una vez que Antíoco se consolidó en el trono, concibió el propósito de ser rey de la tierra de Egipto, a fin de reinar sobre las dos naciones. Entró en ella con un poderoso ejército, con carros, elefantes y jinetes y con una gran flota, e hizo la guerra a Tolomeo, rey de Egipto. Atemorizado éste, huyó ante él, y fueron muchos los que cayeron heridos. Antíoco se apoderó de las ciudades fuertes de Egipto y volvió cargado de despojos. El año 14, después de haber vencido a Egipto, Antíoco vino contra Israel, y subió a Jerusalén con un poderoso ejército. Entró altivo en el santuario, arrebató el altar de oro, el candelabro de las luces con todos sus utensilios, la mesa de la proposición, las tazas de las libaciones, las copas, los incensarios, la cortina, las coronas, y arrancó todo el decorado de oro que cubría el templo. Se apoderó asimismo de la plata, del oro y de los vasos preciosos, y se llevó los tesoros ocultos que pudo hallar, y con todo se volvió a su tierra. Hicieron gran matanza y profirieron palabras insolentes. Un gran duelo se levantó en Israel y en todos sus lugares;" jefes y ancianos gimieron; las doncellas y los jóvenes languidecieron, la belleza de las jóvenes palideció." El recién casado entonó una lamentación, y la que estaba sentada en la cama hizo duelo;" tembló la tierra a causa de los que la habitaban, y toda la casa de Jacob se cubrió de confusión. Pasados dos años, envió el rey al jefe de los tributos a las ciudades de Judea y presentóse en Jerusalén con un ejército poderoso. Hablóles con falsía palabras de paz, en las que ellos creyeron. Pero de repente se arrojó sobre la ciudad, causando en ella gran estrago y haciendo perecer a muchos del pueblo de Israel. Saqueó la ciudad y la incendió, y destruyó sus casas y los muros que la cercaban. Llevaron cautivas a las mujeres y a los niños y se apoderaron de los ganados. Edificaron la ciudad de David con un muro alto y fuerte, torres también fuertes, convirtiéndola en ciudadela. Instalaron allí gente impía, hombres malvados, que en ella se hicieron fuertes. La aprovisionaron de armas y vituallas, y, juntando los despojos de Jerusalén, los depositaron en ella, viniendo a ser para la ciudad un gran lazo. Fue una asechanza para el santuario, una grave y continua amenaza para Israel. Derramaron sangre inocente en torno al santuario y lo profanaron. A causa de ello huían los moradores de Jerusalén, que vino a ser habitación de extraños. Se hizo extraña a su propia prole, y sus hijos la abandonaron. Su santuario quedó desolado como el desierto; sus fiestas se convirtieron en duelo; sus sábados en oprobio, y en desprecio su honor." A la medida de su gloria creció su deshonra, y su magnificencia se volvió en duelo. El rey Antíoco publicó un decreto en todo su reino de que todos formaran un solo pueblo, dejando cada uno sus peculiares leyes. Todas las naciones se avinieron a la disposición del rey. Muchos de Israel se acomodaron a este culto, sacrificando a los ídolos y profanando el sábado. Por medio de mensajeros, el rey envió a Jerusalén y a las ciudades de Judá órdenes escritas de que siguieran todos aquellas leyes, aunque extrañas al país;" que se suprimiesen en el santuario los holocaustos, el sacrificio y la libación;" que se profanasen los sábados y las solemnidades;" que se contaminase El santuario y el pueblo santo;" que se edificasen altares y santuarios y templos idolátricos y se sacrificasen puercos y impuros;" que dejasen a los hijos incircuncisos; que manchasen sus almas con todo género de impureza y de abominación, de suerte que diesen al olvido la Ley y mudasen todas sus instituciones," y que quien se negase a obrar conforme a este decreto del rey fuera condenado a muerte. Tal fue el decreto publicado en todo el reino. En todo Israel instituyó inspectores, y a las ciudades de Judá les dio la orden de que sacrificasen cada una por sí, ciudad por ciudad. Se les unieron muchos del pueblo, todos los que abandonaron la Ley. Fueron grandes los males que cometieron en la tierra, obligando a los verdaderos israelitas a ocultarse en todo género de escondrijos. El día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco edificaron sobre el altar la abominación de la desolación, y en las ciudades de Judá de todo alrededor edificaron altares;" ofrecieron incienso en las puertas de las casas y en las calles, y los libros de la Ley que hallaban los rasgaban y echaban al fuego. A quien se le hallaba con un libro de la alianza en su poder y observaba la Ley, en virtud del decreto real se le condenaba a muerte. Por estar ellos en el poder, procedían de esta manera en las ciudades, un mes y otro mes, contra los israelitas que eran descubiertos. El veinticinco del mes ofrecían sacrificios sobre el altar construido sobre el antiguo de los holocaustos. Las mujeres que circuncidaban a sus hijos eran muertas, según el decreto, con los hijos colgados a su cuello, ejecutándose al mismo tiempo a sus familiares y a los que habían practicado la circuncisión. Muchos en Israel se mantuvieron fuertes en su resolución de no comer cosa impura, prefiriendo morir a contaminarse con los alimentos y profanar la santa alianza, y por ello murieron. Muy grande fue la cólera que descargó sobre Israel.
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