I Reyes 21, 17-26

Entonces fue la palabra de Yahvé a Elías tisbita, diciendo: “Levántate y baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, a Samaría. Está en la viña de Nabot, adonde ha bajado para posesionarse de ella. Dile: Así habla Yahvé: ¿No eres tú un asesino y un ladrón? Y le dirás: Así habla Yahvé: En el lugar mismo donde han lamido los perros la sangre de Nabot lamerán los perros tu propia sangre.” Ajab dijo a Elías: “¿Me has hallado, enemigo mío? Y Elías le respondió: “Te he hallado. Porque tú te has vendido para hacer el mal a los ojos de Yahvé, yo haré venir el mal sobre ti, yo te barreré, yo exterminaré a cuantos pertenecen a Ajab, esclavo y libre, en Israel, y haré tu casa semejante a la de Jeroboam, hijo de Nabat, y a la casa de Basa, hijo de Ajiya, porque tú me has provocado y has hecho pecar a Israel. Así habla Yahvé a Jezabel: Los perros comerán a Jezabel cerca del muro de Jezrael. El que de la casa de Ajab muera en la ciudad será comido por los perros, y el que muera en el campo será comido por las aves del cielo.” Nadie hubo que como Ajab se vendiera para hacer el mal a los ojos de Yahvé. Jezabel, su mujer, le incitaba a ello. Obró de manera enteramente abominable, yéndose tras los ídolos, como lo hacían los amorreos, que arrojó Yahvé de delante de los hijos de Israel.
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