Exodo  4, 1-9

Moisés respondió: “No van a creerme, no van a escucharme; me dirán que no se me ha aparecido Yahvé.” Yahvé le dijo: “¿Qué es lo que tienes en la mano?” El respondió: “Un cayado.” “Tíralo a tierra,” le dijo Yahvé. El lo tiró, y el cayado se convirtió en serpiente, y Moisés echó a correr, huyendo de ella. Yahvé dijo a Moisés: “Extiende la mano y agárrala por la cola.” Moisés extendió la mano y la tomó, y la serpiente volvió a ser cayado en su mano. “Para que crean que se te ha aparecido Yahvé, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.” Díjole, además, Yahvé: “Mete tu mano en el seno.” Metióla él, y cuando la sacó estaba cubierta de lepra, como la nieve. Yahvé le dijo: “Vuelve a meterla.” El volvió a meterla, y, cuando después la sacó, estaba la mano como toda su carne. “Si no te creen a la primera señal, te creerán a la segunda, y si aún a esta segunda no creyeran, coges agua del río y la derramas en el suelo, y el agua que cojas se volverá en el suelo sangre.”
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