Deuteronomio  32, 8-14

Cuando el Altísimo repartió las naciones,
cuando distribuyó a los hijos de Adán,
fijó las fronteras de los pueblos,
según el número de los hijos de Dios;
mas la porción de Yahvé fue su pueblo,
Jacob su parte de heredad.
En tierra desierta lo encuentra,
en la soledad rugiente de la estepa.
Y lo envuelve, lo sustenta, lo cuida,
como a la niña de sus ojos.
Como un águila incita a su nidada,
revolotea sobre sus polluelos,
así él despliega sus alas y lo toma,
y lo lleva sobre su plumaje.
Sólo Yahvé lo guía a su destino,
con él ningún dios extranjero.
Le hace cabalgar por las alturas de la tierra,
lo alimenta de los frutos del campo,
le da a gustar miel de la peña,
y aceite de la dura roca,
cuajada de vacas y leche de ovejas,
con la grasa de corderos;
carneros de raza de Basán,
y machos cabríos,
con la flor de los granos de trigo,
y por bebida la roja sangre de la uva.
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